Monasterio de Santa Maria de Vallbona

Además de aquella comunidad de Sòrboles, Ramon de Vallbona también impulsó las de Poboleda y Vallbona. De esta última comunidad se tiene noticias desde el 1154, cuando se mencionan los eremitas de Santa Maria de Vallbona, lugar que se benefició de la protección de Ramon de Cervera, señor de estas tierras. En 1164 este facilitó a los eremitas el castillo de Colobrers, situado al sureste de Vallbona donde se estableció otro núcleo, por lo que en este sector mantenía diversos establecimientos relacionados entre ellos. Se trataba de pequeñas comunidades de tipo eremítico y mixtas, en las que había hombres y mujeres.

Ramon de Vallbona se fue acercando a la órbita cisterciense y finalmente los asentamientos de Vallbona se fueron configurando como cenobio cisterciense femenino, en 1171 un Capítulo General de la orden habría aprobado esta integración. En 1172 llegaron monjas de la casa femenina de Tulebras (Navarra) para ayudar a la introducción de las costumbres cistercienses aunque en el futuro no mantuvo vínculos con aquella casa.

Los privilegios que gozaba el monasterio fueron la base de un señorío, que convirtió Vallbona, con la abadesa al frente, en un centro de vida política, jurídica y económica que reunía un amplio territorio. Gracias a esta situación, de este centro monástico dependían con mayor o menor intensidad otros establecimientos religiosos: Santa Maria de la Bovera (después Vallsanta) en Guimerà, el Pedregal de Tàrrega, Sant Hilari de Lleida, Santa Maria de Bonrepòs y la Saïdia de Valencia. En su época de esplendor había llegado a tener una comunidad de ciento cincuenta monjas.

A partir del siglo XVII comenzaba la bajada del cenobio y la consecuente pérdida de bienes, rentas y poder, por otra parte se endurecieron las condiciones de clausura que hasta ese momento habían sido muy suaves disponiendo las monjas de habitaciones y recintos de uso particular. Ya en el siglo XIX llegaron varias exclaustraciones, unas motivadas por la guerra de la Independencia (1809 y 1810) y la otra en 1835. Esta fue, excepcionalmente, de corta duración y las monjas pudieron regresar al monasterio seis meses después. La vida monástica continúa en la actualidad a pesar de algunos hechos adversos, como la Guerra Civil de 1936-39, cuando sufrió la mayor destrucción de su historia.