Abadía de Saint-Sever-de-Rustan
Abbaye Saint-Sever-de-Rustan / S. Severi de Russitano / Rustano
(Saint-Sever-de-Rustan, Altos Pirineos)
Este establecimiento monástico benedictino se fundó en el mismo lugar donde se conservaban los restos de san Severo (Severus), un personaje que vivió y evangelizó estas tierras en el siglo IV. Esta fundación tuvo lugar en un momento indeterminado, que ha llegado a situarse en el siglo VII, un monasterio que se habría perdido a causa de una invasión sarracena.
La primera noticia cierta que se dispone de este lugar data del año 1022, cuando el abad Arsius de Saint-Sever fundó una nueva abadía en Saint-Pé de Génerès (ahora Saint-Pé de Bigorra, al oeste de Lourdes, Altos Pirineos). Si la abadía de Saint-Sever tenía suficiente empuje y entidad para fundar un nuevo centro, hace pensar que en ese momento ya estaba consolidada y llevaba años con actividad. En 1087, el conde Céntulo I de Bigorra sometió esta abadía a la de San Víctor de Marsella (Bocas del Ródano), hecho confirmado por el papa Urbano II más adelante. En los años siguientes se edificaron las dependencias de lo que sería un gran monasterio. La guerra de los Cien Años lo afectó negativamente, y aún, en 1575, sufrió la ocupación de los hugonotes durante las guerras de Religión, la abadía fue saqueada e incendiada y sus monjes muertos, además de sufrir la pérdida de las reliquias de san Severo.
Poco después, y gracias al empuje del nuevo abad, se procedió a su reconstrucción. El claustro, que había sido destruido, fue sustituido por otro, comprado al convento del Carmen de Trie. En 1646 entró a formar parte de la congregación de Saint-Maur, que se encargó de su recuperación, especialmente durante el siglo XVIII, cuando se realizaron importantes trabajos de reconstrucción. Con la Revolución, acabó la vida monástica en Saint-Sever y los edificios fueron vendidos, más tarde buena parte pasaría a manos públicas y todavía es la sede del Ayuntamiento. Debido a la falta de recursos económicos, el claustro fue vendido en 1890 y trasladado a Tarbes, que lo salvó de la salida al extranjero, como otros casos en la región.
La iglesia era originalmente una construcción románica del siglo XII, de nave única, con crucero y tres ábsides. El cruce de la nave y el transepto estaba cubierto por una cúpula. Más adelante, en la reconstrucción hecha después de las destrucciones sufridas, el edificio se prolongó, se hizo un nuevo crucero y la antigua cúpula quedó integrada en la nave. La cabecera se reconstruyó totalmente y se cambió de lugar el portal románico. Este portal tiene dos columnas con capiteles a cada lado, unidas con arquivoltas. En la misma fachada hay un bello ventanal de la misma época, ahora curiosamente situado en un contrafuerte. Los muros de la sacristía están recubiertos con mobiliario y decoración de madera de siglo XVII. El claustro es ahora un espacio vacío, sus galerías se encuentran todavía en Tarba. Quedan las dependencias levantadas en el siglo XVIII, como el pabellón de entrada, con una escalera monumental.
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