La vida de san Daniel de Girona fue relatada por Antonio Vicente Domenec en su Historia general de los santos y varones ilustres. Según esta narración, Daniel era originario de Armenia, de familia acomodada. Muy joven, dejó a su madre viuda y su hermana para ir al desierto a practicar el eremitismo. Milagrosamente fue aconsejado de dirigirse a Jerusalén y se estableció en sus cercanías donde se hizo discípulo de un eremita llamado José, que le instruyó y con quien protagonizó el episodio milagroso en el que fueron alimentados por un enviado de Dios que les proveyó de pan. Daniel sufrió en el desierto tentaciones de diablos en forma de sus familiares que le aconsejaban que dejara el retiro y regresara a casa. Una aparición milagrosa le puso en contacto con Crescencio, un peregrino originario de Arlés, Daniel regresó a su casa acompañado de Crescencio y Andrés, seguidor y discípulo de Daniel.
 

Finalmente embarcó a Italia, después de pasar por Roma, se estableció en Arlés con Crescencio donde, en compañía de Andrés propagaron la fe cristiana. Fue perseguido y encarcelado por este motivo y finalmente condenado a la hoguera, martirio del que milagrosamente salió indemne. Después fue arrojado al Ródano atado de manos y pies pero las aguas se separaron y salió ileso de nuevo. Otro día lo tiraron a las fieras (episodio que recuerda el de Daniel bíblico). Finalmente murió decapitado, la fecha de su muerte, según este relato, fue el año 888. Las reliquias del santo se convirtieron en milagrosas y por temor a más represalias, Andrés y Parabasten, la viuda de Crescencio, transportaron a escondidas el cuerpo del santo hasta Girona y fue enterrado en la Vall Tenebrosa, donde más adelante se establecería el monasterio de benedictinas de Sant Daniel de Girona.

En el antiguo monasterio de Santa Anna de Barcelona también se veneran las reliquias de san Daniel, que la tradición dice que se habrían traído desde Girona.