Según la tradición, el origen de este convento hay que buscarlo en una aparición de la Virgen a dos caballeros hospitalarios que se habían refugiado bajo un sauce durante una tormenta, a lo que le siguió la construcción de una capilla y la posterior implantación de la casa monástica. Este lugar estaba situado en el Valle del Infierno, que se halló adecuado para establecer varios eremitorios.
Hacia 1366 llegó el franciscano Pedro de Villacreces (†1422) que impulsó la creación de una corriente monástica reformadora, dentro de la orden franciscana, con un fuerte componente eremítico. En 1408 se creó el convento que mantendría su vocación ascética y daría paso a un complejo que comprendía una quincena de ermitas, donde los frailes podían aislarse. De esa casa salieron numerosos personajes, que se desplazarían después a otros lugares, entre otros, el cardenal Cisneros. Durante el siglo XVI y XVII el convento se amplió. Tras la desamortización, abandonado por la comunidad franciscana, el lugar fue saqueado, perdiéndose el grosor de sus bienes, mientras que los edificios se convirtieron en cantera, ahora sólo hay algunas ruinas.
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